Dicen que las mejores ideas surgen de manera espontánea, sin planificar ni pensárselo mucho. Y estoy de acuerdo, aunque solo en parte. Para la mayoría de los viajes, creo que la planificación aporta valor (dentro de los límites de lo razonable, no hace falta planificar hasta el último detalle). Pero siempre tiene que haber algo de espontaneidad, algo de sorpresa, algo de “siempre quise ir a…”. Pues así surgió la idea de viajar a Nueva Zelanda.
No
oculto que ha sido uno de los viajes que más me han gustado y uno de los que,
sin duda alguna, repetiría en cualquier momento. “¿No hay otro sitio más lejos
de España?”, me preguntaban. Pues lo cierto es que no, no debe de haber muchos.
Pero a pesar de la lejanía, Nueva Zelanda ha sido uno de los países en los que
más a gusto me he sentido.
Es
un país de contrastes. La tranquilidad y seguridad de los campos neozelandeses
marida de forma asombrosa con la afición por deportes como el surf, la escalada
o el esquí y, por supuesto, con un maravilloso contacto con la naturaleza. Todo
ese “maridaje” hace de Nueva Zelanda un territorio muy especial.
En
este post, No te olvides el Pijama pone rumbo a las Antípodas. Me quedaría
satisfecho si, al menos, consiguiera transmitiros una pequeña parte de la
ilusión y experiencias que viví en Nueva Zelanda, ¡espero estar a la altura y
que lo disfrutéis!
¿Te
vienes a Nueva Zelanda? Pues… ¡No te olvides el Pijama!